Avicena y
Averroes
Avicena
Avicena, o Ibn Siná ,nació el 7 de agosto de 980 en Afshana provincia de Jorasán, actualmente en Iran,
cerca de Bujará. Sus padres eran musulmanes.
Al parecer fue precoz en su interés
por las ciencias naturales y la medicina, tanto que a los catorce años
estudiaba solo. Se le envió a estudiar cálculo con un mercader, al-Natili. Tenía
buena memoria y podía recitar todo el Corán. Cuando su padre fue nombrado
funcionario, lo acompañó a Bujara, entonces capital de los Samaníes, y allí estudió los saberes de la
época, tales como física, matemáticas, filosofía, el Corán o lógica. Se vio influido por un tratado de al-Farabi, que le permitió superar las
dificultades que encontró en el estudio de la Metafísica de Aristóteles.
La obra de Avicena es de importancia
capital, pues supone la presentación del pensamiento aristotélico ante los
pensadores occidentales de la Edad Media. Sus obras se tradujeron al latín en el siglo XII, reforzando la doctrina
aristotélica en Occidente aunque fuertemente influida por el
pensamiento platónico.
Avicena declaró haber leído en más
de cuarenta ocasiones la Metafísica sin llegar a entenderla del todo, pues no expone el
origen de las cosas como obra de un Creador bondadoso. Mezcló la doctrina
aristotélica con el pensamiento neoplatónico, adaptando a su vez el resultado al
mundo musulmán. Colocó a
la Razón (manifestación objetiva de la voluntad del propio Dios) por encima de todo ser y explicó que con esto se nos
llama a buscar la perfección.
Averroes
Averroes proviene de
una familia de estudiosos del derecho. Su abuelo fue cadí (juez) principal de
Córdoba bajo el régimen de los almorávides. Su padre mantuvo la
misma posición hasta la llegada de la dinastía almohade en 1146. El propio
Averroes fue nombrado cadí de Sevilla sirviendo
en las cortes de Sevilla, Córdoba y Marruecos durante su carrera.
Además de elaborar
una enciclopedia médica, escribió comentarios sobre la obra de Aristóteles (de ahí que fuera
conocido como «El Comentador»). En su obra Refutación
de la refutación (Tahafut
al-tahafut) defiende la filosofía aristotélica frente a las afirmaciones de Al-Ghazali de que la filosofía
estaría en contradicción con la religión y sería por lo tanto una afrenta a las
enseñanzas del Islam.Jacob Anatoli tradujo sus obras del
árabe al hebreo en los años 1200. Sus escritos influyeron en el pensamiento
cristiano de la Edad Media y el Renacimiento.
La noética de Averroes, formulada en su obra
conocida como Gran comentario,
parte de la distinción aristotélica entre dos intelectos, el nous pathetikós(intelecto
receptivo) y el nous poietikós (intelecto agente), que permitió
desligar la reflexión filosófica de las especulaciones míticas y religiosas.
Averroes sitúa el origen
de la intelección en la percepción sensible de los objetos individuales y
concreta su fin en la universalización, que no existe fuera delalma (el principio de los
animales): el proceso consiste en sentir, imaginar y, finalmente, captar el
universal.
La concepción del
intelecto en Averroes es cambiante, pero en su formulación más amplia distingue
cuatro tipos de intelecto, es decir, las cuatro fases que atraviesa el
entendimiento en la génesis del conocimiento: material (receptivo), habitual (que permite concebirlo todo), agente (causa eficiente y formal de nuestro
conocimiento, intrínseco al hombre y que existe en el alma) y adquirido (unión del hombre con el intelecto).
Averroes distingue,
además, entre dos sujetos del conocimiento (más propiamente: los
sujetos de los inteligibles en acto): el sujeto mediante el cual esos inteligibles
son verdaderos (las formas que son imágenes verdaderas) y el sujeto mediante el
que los inteligibles son un ente en el mundo (intelecto material).
Consecuentemente, el sujeto de la sensación (por el cual es
verdadera) existe fuera del alma y el sujeto del intelecto (por el cual este es
verdadero), dentro.
En la
mayoría de los manuales de filosofía los nombres del persa Avicena (980-1037) y
del Cordobés Averroes (1126-1198) aparecen enhebrados junto con los nombres
cristianos y judíos del periodo
medieval, pero creemos que ellos merecen ser traídos a nuestra sección de
“Filosofías del Mundo” porque nos enseñan un acercamiento oriental a la
filosofía griega, muy circunscrito a una versión del monoteísmo, la del Islam,
y siguen siendo brotes de referencia para una cosecha de racionalidad que aún
espera su reimplantación y buenos frutos en no pocos territorios islámicos.
Avicena siguió de modo muy “sui generis” a
Aristóteles, porque el sistema del Estagirita no decía nada del origen de las
cosas y desarrollaba una doctrina muy alejada de un Dios creador bondadoso y
providente. Por eso, la mezcla que realizó el persa entre pensamiento
aristotélico y neoplatónico fue la clave de su éxito. Se colocaba a la Razón en
lo más alto de la escala de los seres, llamándolos a todos, a aquellos que
había creado, a su perfección. Avicena nos habla de la distinción entre el ente
concreto y su esencia abstracta. La esencia no exige la existencia. Y en el
ente real es preciso distinguir entre lo necesario (Dios) y lo posible o
contingente (los seres del mundo).Es a través de la “cadena de las cosas” como
llegamos al ente necesario. El mundo en cuanto tal es a la vez contingente, en
tanto que creado, y necesario porque ha sido creado por emanación sucesiva de
las inteligencias nacidas de Dios. De este modo,
Avicena influye en Tomás de Aquino, Buenaventura y Duns Escoto, pero él
pretende salvaguardar, ante todo, la libertad, unicidad y poder creador de Alá,
el Sumo Hacedor y la Suma Razón.
Por su parte Averroes podemos decir que tiene
más fe en la razón (que para él está representada por Aristóteles) que en la fe
islámica, o al menos eso se deduce de su creencia aristotélica en la eternidad
del mundo y la mortalidad del alma humana. En el corazón de la cultura árabe
española, que era la más importante del mundo en su tiempo, en connivencia con
otras visiones de lo humano y lo divino, en conflicto siempre con el poder que
no deja pensar libremente y que terminará por exiliarlo a Marruecos, donde
morirá en 1198, Averroes se presenta como “el Gran Comentador” de Aristóteles,
quien quiere desbrozar al Estagirita de la hojarasca platónica añadida por Avicena,
aun a costa de que esto le cueste la misma fe.
Para Averroes la doctrina de Aristóteles “es
la verdad suprema”. No existe una “doble verdad”, como luego el “averroísmo
latino” querrá defender, sino que, ante una verdad de fe que contradiga la
verdad de razón, hay que optar por la razón siempre. Las verdades del Corán no
son para Averroes la verdad que puede causar la quema de bibliotecas, como la
de Alejandría, que no contengan supuestamente su verdad o sean superfluas por
contenerla ya el Libro Santo. Más bien el Corán se escribió para guiar a las
mentes sencillas a la racionalidad y la filosofía se encarga ahora de
sistematizar con rigor la verdad que nos llega también por ella de la
providencia divina. El Primer Motor no es para Averroes una causa eficiente,
como sí lo era para Avicena y lo será para el Aquinate.
En Avicena prima
la Divinidad, como instancia ordenadora de la Creación y dadora de sentido a un
mundo que se entiende en “sometimiento” (islam) a la única Verdad que lo copa
todo en su ser imprescindible. Es el orden creado el que plantea orden en el
alma personal y la llega a “curar” de sus extravíos.